La vergüenza, una emoción que nos limita
Y como aprender a soltar esa emoción, paso a paso.
Hola!!
Hoy voy a escribir sobre una parte de mi que me supuso una barrera, una cárcel, pero desde la que se sale paso a paso.
Un peso invisible
Recuerdo una charla con una amiga, cuando yo tenía 38 años. Nos habíamos conocido un año antes. Y esa tarde, me confesó que al conocerme, creyó que yo era una persona “arrogante”. Si, creo que fue esa la palabra que utilizó.
Me sorprendió, pero gracias a su “confesión” pude reflexionar sobre qué imagen transmitía a los demás cuando la vergüenza se apoderaba de mi.
En un primer encuentro, todos caemos en el error de formarnos una primera impresión de los demás. Y los demás, de nosotros, claro.
La vergüenza fue durante mucho tiempo una emoción que cargué como un peso invisible, un juicio interno constante que me hacía cuestionarme en determinadas circunstancias, y vivirlas con vergüenza.
También fui tomando conciencia, de que muchas veces, si estaba sola me desenvolvía mejor que si estaba con personas conocidas, que actuaban con seguridad en sí mismas.
El miedo a ser juzgada por alguien conocido era mayor que el miedo a que quiénes me juzgaran fueran desconocidos.
Ante ellos no sentía vergüenza. Me resulto curioso y revelador. Yo no era una persona vergonzosa, sino alguien que actuaba con vergüenza ante los conocidos, y que podía parecer poco sociable con algunas personas. Los demás me etiquetaban y a su vez, yo misma cambiaba mi comportamiento según el contexto.
Autorreflexionar fue importante para entenderme y conocerme.
Dejar un comportamiento es un proceso
Hoy, puedo decir con seguridad que he logrado dejar atrás la vergüenza en un 85%. No ha sido un proceso fácil ni lineal, y aunque aún quedan pequeños rastros, el cambio ha sido profundo y liberador.
Dejar atrás la vergüenza significó enfrentarme a mis propias vulnerabilidades y reconocer que soy humana: imperfecta, pero completamente digna de amor y respeto.
Aprendí que la vergüenza no define quién soy, sino que es una respuesta a creencias, expectativas y experiencias que, en su momento, no tuve las herramientas para procesar. Sin embargo, más importante que entender de dónde viene, ha sido trabajar en cómo resignificarla y soltarla.
¿Cómo se forma la vergüenza?
Algo que me ayudó en este proceso fue entender que no nacemos con vergüenza. Investigar me llevó a saber que esta emoción comienza a aparecer alrededor de los 2 o 3 años, cuando desarrollamos conciencia de nosotros mismos y de cómo nos ven los demás.
Es ahí cuando empezamos a entender que nuestras acciones tienen consecuencias sociales. Antes no podemos percibir el juicio externo.
En esta etapa de la vida, situaciones que parecen pequeñas pueden dejar huellas profundas. Una mirada desaprobadora, una burla, un regaño desproporcionado o el rechazo cuando expresamos algo auténtico pueden hacer que un niño o niña comience a asociar ciertas partes de sí mismo con algo incorrecto o inadecuado.
Por ejemplo, si un niño muestra alegría de manera espontánea y alguien lo calla con un “no hagas el ridículo”, puede aprender que mostrar sus emociones es motivo de vergüenza. Algo así debió suceder, porque durante décadas tuve “vergüenza propia y ajena”. Miraba con desaprobación si mi esposo hacía o decía algo “no bien visto socialmente”.
Mi vergüenza no solo me afectaba a mi. La transmitía a mis hijos, a mi pareja.
Aunque he trabajado mucho para crecer, no logro recordar los momentos específicos de mi infancia en los que se formó este sentimiento en mí.
Probablemente fueran un cúmulo de experiencias pequeñas, en casa, en la escuela, que, con el tiempo, se convirtieron en creencias limitantes sobre como debía comportarme o ser.
Dejar ir la vergüenza: un proceso liberador
Liberarme de la vergüenza ha sido un acto de amor propio y reconexión conmigo misma. Fue importante aceptar que la vergüenza no define quién soy, sino que es una emoción aprendida que puedo desaprender.
Aquí te comparto algunos pasos que me ayudaron en este camino y pueden servirte si algunas veces te notas sintiendo vergüenza:
Reconocer que la vergüenza no es tuya por naturaleza. Recordar que no naces con vergüenza te permite verla como algo externo a ti. Recuerda que es una construcción social, no una verdad absoluta sobre quién eres.
Practicar el perdón. Aunque no recuerdes los momentos exactos que formaron tu vergüenza, decide perdonarte por haber cargado con ella y perdonar a quienes, consciente o inconscientemente, la sembraron en ti. Entender que ellos también actuaron desde sus propias heridas es clave.
Reescribir el diálogo interno. Durante mucho tiempo, tu voz interna puede haber sido crítica y severa. Cambiarla por una que sea compasiva y alentadora es un gran paso hacia la sanación. Ahora, cada vez que surge la vergüenza, prueba decirte: “Esta soy yo. Y está bien ser yo. Soy suficiente tal como soy".
Aceptar tu humanidad. Cometer errores, ser vulnerable y no cumplir con las expectativas de los demás son parte de la experiencia humana. Entender esto te ayuda a liberar el peso de intentar ser una persona perfecta.
Un camino hacia la autenticidad
Aunque no he superado la vergüenza al 100%, siento que estoy cada vez más cerca de vivir desde mi autenticidad. Al compartir mi historia, espero que otros también encuentren el valor de cuestionar la vergüenza en sus vidas y trabajen para liberarse de ella.
No importa cuánto tiempo hayas vivido con cierta vergüenza; siempre es posible transformarla.
Dejar ir la vergüenza no es un destino, sino un proceso. Es aprender a aceptarte tal como eres, a honrar tu historia y a caminar con la certeza de que eres suficiente. Si algo puedo compartir desde mi experiencia, es que cada paso hacia esa libertad vale la pena.