La campana cultural: cómo nos condicionan a sentir
O por qué "todo" no siempre debería doler tanto
Hola Gente!
La vida es maravillosa, con “tropezones”. Por más que uno haga todo lo posible para que su vida sea fantástica, aun así, no podrá evitar vivir ciertas circunstancias.
Tropezones
No podemos evitar la muerte de las personas que amamos. En el mundo, todos los días y a cualquier edad, mueren personas, que son amadas por alguien. Ya lo habremos vivido, pero también nos tocará volverlo a vivir. Esto no está en nuestras manos.
Tampoco podemos evitar que el banco donde habíamos puesto el dinero que tanto nos costó ahorrar, quebrara y no nos devolviera lo invertido. Quién dice banco, dice empresa, fábrica, negocio… Todos los días y por múltiples motivos, las personas pierden dinero, incluso caen en la banca rota. No siempre está en nuestras manos.
La enfermedad es otra de las circunstancias que no podemos evitar. Sobre todo la de los demás. Cáncer, neumonía, Alzhéimer, infartos. Uno tiene una cierta “mano” en su propia salud y en cuidar de sus pensamientos y emociones, para que la “mala sangre” no le haga enfermar. Pero aun así, todos los días, muchas personas, enferman. Y no es algo que siempre podamos evitar. No está en nuestras manos.
Un accidente de coche, un robo, una violación, un acoso, una infidelidad, una guerra… Hay circunstancias que desde luego nadie querría vivir. Y por supuesto, también son situaciones que nadie desea que las viva un ser querido, un hermano, una hija, un primo. Pero como con la muerte, el dinero y la enfermedad, estas circunstancias tampoco están en nuestra mano.
Sin embargo, sí que hay algo muy importante que está en nuestras manos.
¿Te acuerdas del experimento de Pavlov?
El de los perros que salivaban al escuchar una campana, aunque no hubiera comida.
Un sonido neutro que, tras repetirse muchas veces, se convirtió en señal. Y la señal, en reacción automática: salivar.
Sin pensar, sin decidir. Condicionamiento.
No recuerdo qué estaba escuchando cuando surgió esta reflexión. Las neuronas se conectan y a veces ni siquiera sé cómo llegué a ese punto. Pero, a lo que iba: quiero hacerte una pregunta.
¿Y si a nosotros nos ocurre lo mismo?
No con comida, pero sí con emociones.
No con campanas, pero sí con palabras, costumbres, silencios, rituales, gestos, historias que hemos oído desde pequeños.
¿Y si muchas de las emociones que sentimos no brotan de forma espontánea, sino porque aprendimos a sentirlas?
Tomemos un ejemplo: la muerte.
En unas culturas se llora desconsoladamente. Se guarda luto. Se baja la voz. Se evita la risa.
En otras, se celebra la vida que tuvo esa persona. Se canta. Se comparte comida.
Entonces, ¿la muerte es dolorosa, o nos enseñaron que tiene que doler?
Dependiendo de en qué cultura hemos sido educados, tendremos unas costumbres. Y eso incluye también la de sufrir, más o menos, ante la muerte.
El dolor es inevitable.
Sin embargo, hay una diferencia entre el dolor y el sufrimiento.
El dolor es una experiencia inevitable ante la pérdida de un ser querido, una enfermedad degenerativa o una violación. Sin embargo, el sufrimiento es algo que podemos manejar, contener y superar.
Podemos elegir no arrastrar el dolor con nosotros, por meses, por años, o tan siquiera por días.
¿Cuántas veces sufrimos porque nos enseñaron que “eso” se sufre?
Nuestras emociones no siempre nacen de forma natural. Muchas veces son una respuesta aprendida, cultural.
Y ni siquiera nos damos cuenta.
La infidelidad, el fracaso, la maternidad, el envejecimiento, la pérdida…
Todo tiene su “campana”.
Todo viene cargado de significados que no elegimos, pero que nos condicionan.
La buena noticia es que ahora lo ves.
Y cuando uno ve, puede empezar a elegir.
Podemos preguntarnos:
¿Esta emoción me pertenece, o simplemente me fue enseñada?
¿Puedo vivir esto de otra manera?
¿Quién sería si dejara de reaccionar de forma automática?
¿Quiero elegir una emoción que me mantenga en calma?
No se trata de dejar de sentir.
Se trata de sentir con conciencia.
De dejar de obedecer el guion cultural que nos dice cómo deberíamos vivir cada cosa.
Y empezar a sentir desde dentro, no desde fuera.
En los últimos meses he tenido situaciones de gran dolor. De esas que uno no puede elegir tener o no tener. De esas que no está en la mano de uno evitar. Y a pesar de lo duro que ha podido ser, puedo decirte, que no hay sufrimiento. No porque esté negando mis sentimientos. No porque esté mi mente aplicando la Represión, la Supresión o la Negación de mis sentimientos.
Sino porque mi discurso interno me permite estar en paz y tener calma, incluso en medio de la tormenta.
Antes no era así. Afortunadamente, la vida es una maravillosa escuela, en la que podemos seguir aprendiendo hasta el último día de nuestras vidas.
Quizás no podamos evitar que suene la campana.
Pero sí podemos dejar de reaccionar como si no tuviéramos elección.
Y ahí, justo ahí, comienza la verdadera libertad emocional.
Hoy no he hablado de pareja, sin embargo, el crecimiento personal y la madurez con la que gestionamos el dolor, también repercute en nuestra relación de pareja.
Un fuerte abrazo, nos leemos la semana que viene.
Tu comentario sobre la muerte y la emoción que tenemos culturalmente asociada me ayuda mucho, Viki. Es mi mayor miedo en la vida, que se vayan mis padres, e intento prepararme para ello… entonces ese simple cuestionamiento ayuda 😊
No has hablado de pareja y cómo bien dices, qué determinante es reconocer y trabajar nuestras emociones en favor nuestro y de nuestra vida en pareja. Gracias.